Hace unos 400 años Blas Pascal
distinguió entre "espíritu de geometría" y "espíritu de
finura". Porque unas realidades son mensurables y otras no. Porque una
cosa es la cantidad y otra la calidad; porque los polígonos y las personas son
entes diferentes. Pascal, que de geometría sabía, prevenía frente a ese
cartesianismo que reduce lo real a lo matemático.
400 años después, los epígonos
del geometrismo siguen activos. Su credo es la igualdad; una igualdad
numérica, que no distingue -no puede hacerlo- entre galgos y podencos, entre
polígonos y personas, entre rebaños y sociedades humanas. Esos igualitaristas
sostienen que todo es igual a todo, cuando lo cierto es que casi nada es igual
a nada. No hay dos árboles iguales, ni dos libros iguales, ni dos cuadros
iguales, ni dos personas iguales. Discernir implica pensar, razonar, respetar
la realidad. Pero cuando el pensamiento es débil, la calculadora es fuerte.
Nada es igual a nada y, por
supuesto, un hombre no es igual a una mujer, ni una mujer es igual a un hombre.
Basta observar a un hombre y a una mujer en un breve lapso de tiempo para
comprender que, afortunadamente, no somos iguales. Poseemos la misma dignidad
humana, pero el cuerpo y la psicología, afortunadamente, insisto, son
distintos. Un mundo de solo hombres sería un infierno, y quizá también lo sería
un universo exclusivamente femenino.
Hombres y mujeres somos distintos
y las relaciones que pueden establecerse entre unos y otros también lo son. Es
obvia la diferencia entre una relación matrimonial, potencialmente engendradora
de hijos, y otras diversas relaciones cognitivas, volitivas, afectivas y/o
sexuales, pero la ideología tiene esa capacidad de negar la evidencia. Siempre
los borrachos y algunos locos han rechazado lo patente, y esa negación era un
contrapunto interesante. Mas instalarse en la ebriedad y negar sistemáticamente
la evidencia es un contrasentido. ¡Peor para los hechos!, cuentan que espetó
Hegel ante una objeción que indicaba un divorcio entre concepto y realidad. Y
de ese "¡peor para los hechos!" hay mucha experiencia en los sistemas
de explotación, de un lado y de otro, del siglo XX.
En la ideología de género
-chapapote de la contemporaneidad- confluyen los materialismos teóricos -el
estropicio comunista que logró el milagro de hacer vagos a los prusianos- y los
prácticos: el capitalismo salvaje, responsable de nuestra actual crisis. Esta
llamada ideología de género se decanta por el estropicio sexual, psicológico y
biológico, a partir de un análisis tardomarxista que continúa desenmascarando
conflictos y agudizándolos: al frustrarse el paraíso sociolaboral,
quieren imponernos ahora el paraíso sexogenital. Sin salir de su
paradigma teórico, aspiran a borrar las diferencias, tozudamente biológicas y
antropológicas, entre hombres y mujeres. El siguiente paso puede ser -todo cabe
en un delirio ideológico- implantar glándulas mamarias y ovarios a los hombres
o lo equivalente en las mujeres.
El sintagma "Matrimonio de
homosexuales" es una contradicción en sus términos, manipulación del
lenguaje. Porque llamar con el mismo nombre a una unión que potencialmente
puede traer niños al mundo y a otra que biológicamente no puede hacerlo es un
palabricidio. Griegos y romanos se habrían asombrado de un acto semejante. A
quienes compartían un joven amigo y, eventualmente, una esposa, no se les pasó
por el magín que ambas relaciones fuesen "lo mismo", porque,
sencillamente, no lo son.
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